Articulo de Jorge Alberto Manrique titulado Censura,
publicado en el periódico La
Jornada el 26 de febrero de 1997,
En donde el articulista insiste “sobre lo lamentable y peligroso de la censura
que el ayuntamiento panista de Aguascalientes ha tratado de imponer a las actividades
culturales de la Galería de Artes Visuales, dependiente del Instituto Cultural
de Aguascalientes.”
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Anexo 1
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Transcripción del artículo
Jorge
Alberto Manrique
Censura
Censura
Es
imposible no insistir sobre lo lamentable y peligroso de la censura que el
ayuntamiento panista de Aguascalientes ha tratado de imponer a las actividades
culturales de la Galería de Artes Visuales, dependiente del Instituto Cultural
de Aguascalientes.
La
exposición fotográfica de Carlos Llamas Orenday en esa galería presenta
numerosos desnudos femeninos aunque no toda está constituida por ellos. No es,
por cuanto he visto de sus imágenes, una muestra propiamente erótica. Pero ese
no es el punto. Podrá ser erótica y no por eso dejará de ser una expresión legítima:
el erotismo es una dimensión de lo humano y ha sido un componente muy
importante en la historia del arte de muchas culturas; desde luego de la
cultura europea.
Lo que
está en juego es, desde luego, la libertad de expresión consagrada en nuestra
ley para escribir, pintar, esculpir, fotografiar, filmar, bailar, representar,
decir y expresar lo que su juicio le dicte. Y la libertad del espectador, que
tiene su propio juicio y libre albedrío para leer, ver y oír lo que le
interese o parezca, independientemente de las opiniones que las obras merezcan.
Impedir a
alguien realizar una obra e impedirle a otro juzgarla por sí mismo es un
atentado grave contra la libertad individual. Ahí está el meollo de la gran
batalla que se dio en el siglo XVIII entre la Ilustración y el oscurantismo, de
la que todavía somos deudores. (Los musulmanes, que no tuvieron Ilustración,
pusieron buen precio a la cabeza de Rushdie; cientos de miles la piden, sin
haber leído una página de Los versos satánicos, porque la tienen
prohibida o porque no saben leer).
Las
leyes, es cierto, conservan todavía a menudo un legado decimonónico en la
expresión recurrente de ``moral y buenas costumbres''. Pero esa moral y esas
costumbres no pueden entenderse sino correspondientes a un tiempo. Hace un
siglo un traje de baño actual, femenino o masculino --y no hablo de bikinis ni
de tangas-- sería considerado inmoral. Más importante: estamos hablando de
creación artística. En el siglo XVI las mujeres y los hombres venecianos no
andaban desnudos por las calles, pero Ticiano (y como él todos los artistas de
su tiempo) pintó y mostró formidables desnudos en el mismo palacio de los duces
sin que a nadie pareciera eso censurable.
La cuestión
de la censura cae por su peso en un argumento circular. Para que haya censura
se necesita un censor. Llámese este policía, verificador (como los que en
Aguascalientes se robaron las fotos que a ellos les parecieron quizá más
``inmorales''), presidente municipal, gobernador o secretario de Estado. Esto
es, un ciudadano que ha sido nombrado o electo para cumplir determinadas
funciones al servicio de la sociedad, pero cuya moralidad u opinión de
moralidad no es de por sí superior a la de otros ciudadanos. Nadie (¿quién
podría ser?) lo ha examinado ni calificado en ese sentido. Peor, salvo por rarísima
excepción, es un ignaro en cuestiones artísticas. En razón de mi libertad como
hombre no acepto que otro, funcionario o no, electo o no, decida sobre mi
moralidad si ésta se encuentra dentro de la ley; no acepto que él decida a su
juicio lo que leyes y reglamentos llaman ``moral y buenas costumbres''. Toda
censura implicaría someter a otros, no calificados, lo que yo puedo escribir o
crear artísticamente y lo que puedo leer o ver. Esto es incompatible con la
libertad.
Si un
funcionario mojigato no va al Museo Nacional de Arte porque hay desnudos, y
cuando pasea por la Alameda se tapa la cara para no ver las esculturas, y no va
al Museo de Aguascalientes porque están los desnudos de Jesús Contreras y de
Saturnino Herrán, y si viaja a Europa no va a los Museos Vaticanos ni a la
Capilla Sixtina ni al Museo de Nápoles, etcétera, y si no deja que sus hijos lo
hagan, menos si son adolescentes --dice increíblemente el texto de quienes
apoyan la censura ``(peligrosas) principalmente para los adolescentes, quienes
están expuestos a que se les despierten pasiones...''-- formidable tufo del
siglo XVII, cuando el enloquecido y misógino Aguiar y Seijas era arzobispo de México);
si así es, eso es su problema --problema grave, por cierto-- pero no tiene por
qué imponer a los ciudadanos libres su criterio, en una actitud que no es
decimonónica ni siquiera dieciochesca ni renacentista, sino que se hunde en la
alta Edad Media (cuyos valores, muy altos, no pueden estar vigentes ahora).
Por más
que se quisiera soslayar, lo social, lo político, lo artístico y lo religioso
están vinculados entre sí. No es una casualidad que esta pretendida censura
del ayuntamiento de Aguascalientes se da en un municipio gobernado por el PAN.
No es una casualidad que apoyan la censura y represión organizaciones como la
Unión Estatal de Padres de Familia, Acción Católica Mexicana, Movimiento
Familiar Cristiano y gente del Opus Dei, todos órganos ligados y dependientes
de la Iglesia a cuya presión sin duda se adhiere el Centro Coordinador
Empresarial.
Es
preocupante que las actitudes represivas, en Mérida como en Monterrey y
Guadalajara, ocurren en municipios panistas. No se trata de una derecha
moderna, muy legítima como tal, sino de una derecha revanchista que quiere
volver a la época anterior a Juárez. No se necesita demasiada imaginación para
advertir que todo viene de la mitra aguascalentense. Es muy preocupante.
Saludable,
en cambio, y muy valiente es la actitud del Instituto de Cultura de
Aguascalientes y su director, Enrique Rodríguez Varela, de las fuerzas vivas de
Aguascalientes, el apoyo de otras casas de cultura y del Instituto de Bellas
Artes, así como el espacio que La Jornada ha brindado a tan preocupante
asunto, incluso con la publicación de las fotografías de Llamas Orenday. La
hidra de la represión tiene mil cabezas.
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